Su Opinión |
¡Aj, esos Comunistas! |
La impresión que causa Carlos Decker Molina cuando escribe es la de un señor que sabe mucho pero habla con una papa caliente en la boca. Con esa impresión dejé su reciente nota sobre los comunistas y sus viajes y remembranzas personales como combativo camarada, sobre los que no he visto, para desgracia mía, una sola coma. Lo cual es muy raro porque, como observa todo lector de su mencionada nota, Decker Molina sufre de un defecto muy boliviano, el de repartir comas cuando escribe como si fueran confites: anota una coma cada vez que suspira, cada vez que vacila, cada vez que huele el chairo y cada vez que algo le pica. Sus conocimientos sobre la historia reciente de las ideologías es también impresionante: escribe como si estuviera copiando de esos manuales baratos de Historia escritos para los estudiantes flojos y convencidos de que saber cómo hallar los datos que necesitan es lo mismo que haber estudiado a plena conciencia y durante siete semestres. Todos estos prejuicios me nacen de la natural antipatía que siento por este comunista confeso capaz de viajar por el mundo para, como dice él, “cubrir” los eventos que cree meritorios y retornar al país a dolerse recordando esos tiempos tan lindos en que todo era negro o blanco o, mejor, rojo o negro: comunista o fascista. En eso es igual a Bush: “o estáis conmigo o estáis contra mí, ¡coño!”. Esto es, es un fanático a lo bestia disfrazado de ente pensante. Creo justo el florilegio que le lanzo porque yo, y conmigo sólo Dios sabe cuantos cientos de miles, fui una víctima de ese fanatismo idiota y criminal desde que nací hasta 1980, cuando cambié de aires a la fuerza usando una de las Becas García Meza. Esto es, para protestar y luchar a mi modo contra los crímenes del fascismo norteamericano y los brutales desmanes de los bestias criollos me bastó la versión infantil de un cristianismo elemental, el de mi libro de Primera Comunión, aún después de haber aprendido que el cristianismo no es necesariamente cristiano. (Una prueba es el hecho de que el Papa actual es fascista aunque mucho lo olvidan al ver a un viejo enteco y terco empeñado en jugar al martirio después de haberse dado la gran vida). Pero los camaradas de entonces y los de ahora (porque decir que ya no existen es hacer como el Diablo, cuya mejor treta es hacernos creer que no existe) hicieron de esa mi ínfima lucha (hecha de palabras y columnas de prensa; no iba a rebajarme yo a asesinar como asesina la CIA) una guerra tanto o más peligrosa que la de Viet Nam: bastaba con que cualquier mula como Selich o Natush Busch gritara “!Comunista!” para que sus perros de presa se consideraran con todo derecho a torturar, despedazar, violar, robarles los hijos y “desaparecer” a los merecedores de tal calumnia sólo porque obedecían su conciencia. Afirmo yo que es un hecho histórico el que una minoría ínfima de las víctimas latinoamericanas del fascismo norteamericano y de sus sirvientes criollos fue comunista durante las dictaduras militares y/o los regímenes rosqueros del Continente. Digo que, al polarizar esa lucha e introducir en ella los fanatismos del comunismo internacional, dieron su mejor arma a los torturadores y criminales criollos (la victoria electoral de Reagan fue vista por García Meza como una carta blanca para cometer sus latrocinios) que hallaron en ello una fácil disculpa para sus crímenes. Como todo fanático, acusar de otro fanatismo a sus enemigos (el marxismo es otra religión y tiene sus propios fanáticos) fue la disculpa casi perfecta para acabar con miles cuya conciencia, aunque muchos apenas sabían leer, fue la única necesidad “ideológica” que necesitaron para convertirse en ignorados mártires de la guerra eterna por la dignidad y la libertad que demanda y necesita cada espíritu humano. Más todavía: pienso que el Che cometió un error al creer que el comunismo nos daría lo que el fascismo nos negaba y nos niega. Pienso que las limitaciones lógicas de ese fanatismo le empujaron al callejón sin salida en el que fue asesinado. Pienso que hubiera sido un dirigente superior si no hubiera necesitado de esas muletas para librar su heroica lucha. Y creo que murió en Bolivia cuando su conciencia había dejado atrás toda esa carga “política” y decidió luchar porque era justo y morir porque morir así es justo y todo lo demás son palabras vacías. Pero que los comunistas fueron los mejores cómplices del fascismo en Latinoamérica es un hecho que sólo los escolares fanáticos del fútbol (otra religión) pueden negar hoy. Nunca olvidaré a aquel mirista de 18 años que creía que “en Rusia, los obreros pueden declarar feriado el día que les dé la gana” y que vivió la noche en que un militar canalla le introdujo un lápiz en la oreja izquierda y le aplicó una bofetada para interrogarlo y dejarlo sordo sólo porque ese pobre muchacho creyó en Jaime y en esas idioteces. Por eso es que siento como si una mosca se me hubiera metido en la nariz cuando leo a Decker Molina, el comunista. No necesito repasar las traiciones comunistas contra la República española ni las monstruosidades de Stalin para que esa mosca me arda en la nariz. Creo que si Fidel se hubiera asociado con los comunistas sin decirse uno de ellos no hubiera condenado a su Cuba a la miserable muerte lenta que sufre desde hace décadas (bastaba con declararse bolivarista como Chavez; Bolívar basta y sobra para nuestra América). Creo que Mandela fue mucho más inteligente en su lucha. Creo, con mis limitaciones de bachiller del Colegio Alemán, que basta con una conciencia bien puesta para enfrentar todos los fanatismos que amenazan a la humanidad. Porque otro favor que nos hacen los comunistas es el de dar paso a los “terroristas” como las futuras víctimas del fascismo norteamericano: así como la sospecha de comunismo negó todo derecho humano a cualquier acusado, así hoy Bush marca de “terrorista” a todo aquel que ve a Bush como lo que es, un emperador que se cree dueño del mundo y declara guerras “preventivas” según su mejor capricho. Existe, por supuesto, un arma mejor contra el Rey Jorge y sus huestes. Es un arma invencible e inmortal. Un arma que nació en el Gólgota. Un arma del que escribiría un poquitín si me sobrara espacio hoy. Pero, como no me gustaría ser acusado de fanático, dejo ya mismo de mencionar. |
Febrero, 2003 |
Arturo |